En este siglo XXI tan globalizado, hay pocos temas que me
generen tantas contradicciones como el de la utilización de esa vestimenta
espectral llamada Burka. La ventaja de ser ateo es que no tengo que demostrar
mi rechazo hacia esa tradición/obligación extendida entre los musulmanes más
radicales. Me gustaría que ni una sola mujer se escondiera detrás de su tupida
malla, al igual que preferiría, por ejemplo, que ni mujeres ni hombres se
acogieran a algo tan antinatural como es el celibato; o no ver
a jóvenes de países en vías de desarrollo que han tomado los hábitos (y cubren
su pelo con ellos) porque es una de las pocas puertas para escapar del hambre;
o no conocer mujeres que se han dejado la vida en el enésimo parto porque su
religión no les permitía utilizar preservativos para evitar un embarazo de alto
riesgo.
He introducido adrede estos ejemplos sabiendo que, sin
duda, escandalizarán y con razón a quienes profesan la religión católica.
Estarán tan escandalizados como aquellos musulmanes que consideran el burka una vía
fundamental para cumplir los dictados de su dios. Ni más ni menos.
Por suerte, las leyes no se redactan teniendo en cuenta únicamente mis deseos; ni los gustos de los católicos más fervientes; ni los
de los musulmanes más radicales. Las leyes son para todos y, en mi opinión,
tienen que servir para que prime la libertad individual de cada uno, siempre y
cuando no interfiera en la de los demás.
Si una mujer, quiere vestir
el burka porque es profundamente religiosa, yo no creo que la ley deba ni pueda impedírselo.
Porque si se trata de poner límites, ¿quién los pone y dónde los ponemos?
¿Prohibimos el burka pero no el pañuelo islámico? Entonces, ¿qué pasa con el
hábito de las monjas y, si me apuran, con el vestuario de algunos colegios
religiosos que obligan a los niños a lucir modelitos que parecen diseñados por
Escrivá de Balaguer? ¿Qué ocurre si, a partir de ahora, quiero salir a la calle
con una careta de Mickey Mouse; me lo impedirán? ¿Qué ocurre si algún alcalde
decide prohibir el uso del pelo largo porque denigra la imagen de los jóvenes?
¡Vale! Igual exagero un poco en los ejemplos, pero sólo quiero incidir en el
riesgo de empezar a decidir arbitrariamente qué ‘hábitos’ están bien y cuáles
están mal.
Creo que la clave está, como siempre, en una bonita palabra
que se llama libertad. Y, por ello, lo que sí debe hacer la ley es impedir que
maridos, padres o hermanos obliguen a una mujer a portar el burka. El hecho de
que haya casos, y claro que lamentablemente los hay, de mujeres que se ven
forzadas a llevarlos, no puede resolverse con una prohibición que perjudique a
la que realmente quiere vestirlo. Lo voy a decir de otra manera: yo no sabría cómo explicarle a una mujer que desea vestir el burka, que no es libre de salir a la calle con él; ¿podrían ustedes argumentárselo?
Yo no me identifico con la mujer que decide libremente
ponerse un burka. No puedo hacerlo, pero respeto su decisión. Y, déjenme que
les diga algo más. Respeto su decisión mucho más que la de los alcaldes que
generaron esta falsa polémica. Alcaldes que trataron de sacar un puñado de
votos con una medida que emana un gran tufillo xenófobo. Políticos
oportunistas que vetaron el uso de una vestimenta sabiendo que en sus municipios la
utilizaba una o ninguna persona (permítanme este chiste malo).
Es libertad y tiene que ser libertad.