lunes, 25 de marzo de 2013

La hora de romper la baraja


La tan cacareada Transición se puede resumir en una frase: las víctimas perdonaron a sus verdugos y, a cambio, estos toleraron que llegara la democracia. Las víctimas renunciaron a juzgar al stablishment de la dictadura y aceptaron pasar página. A cambio de ello, los verdugos dejarían de reprimir, torturar y de asesinar.

Es rotundamente falso que las dos partes cedieran por igual. Las víctimas tragaron con todo, incluso con un Rey impuesto por el dictador, mientras que los verdugos sólo se dedicaron a devolver parte de lo que habían robado. Y esta realidad, obviamente con matices y evoluciones, ha marcado el ritmo político durante estas décadas de democracia.

Si a alguien le parece exagerado este planteamiento, le pido que responda a una pregunta: ¿En qué ha cedido la derecha española durante estos años? Toleró la legalización de los partidos de izquierda, de los sindicatos, permitió que las distintas regiones de España recuperaran su lengua y su cultura, fue abriendo la mano sobre la discriminación de la mujer, fue permitiendo legislar sobre derechos fundamentales de las personas… En definitiva: lo único que hizo es devolver, poco a poco, lo que había robado por la fuerza: la libertad individual.

Y mientras lo hacía, la izquierda actuaba acomplejada, pidiendo casi perdón por cualquier avance que realizaba en materia de derechos y libertades. Volvamos a las preguntas simples, que suelen ser las más eficaces, para demostrar si tenemos o no razón: ¿qué ha indignado a la derecha en estos 35 años? La ley del divorcio primero, la ley del aborto, la ley que permitió el matrimonio entre personas del mismo sexo, la ley de igualdad, determinados avances en la descentralización del poder… En definitiva: leyes que otorgaban derechos a las personas que querían ejercerlos.

En estas décadas, la izquierda se ha conformado con que la derecha le permitiera devolver a la gente parte de lo que era suyo; renunciando a terminar con los privilegios de la derecha por muy injustos que fueran. Por no atreverse, no se atrevió ni a impedir que siguiera habiendo en este país calles y plazas dedicadas a dictadores, fascistas y divisiones azules.

 Pese a este desigual pacto, la derecha ha decidido escudarse en la peor crisis económica de nuestra historia para conquistar más terreno. Yo diría que todo el terreno. Sin complejos están dinamitando nuestros servicios públicos. Y digo ‘nuestros’ porque ellos ni los usan ni creen en ellos. Ellos ya tenían sus clínicas y colegios privados que, de una manera u otra, también acababan recibiendo dinero público. Pero ya no se conforman con eso, ahora nos quieren privar de nuestra sanidad y nuestra educación.

Pese a este desigual pacto, la derecha ha decidido volver a quitarnos derechos que son nuestros. Recortes en la ley del aborto, eliminación de la justicia gratuita, ocupación política de los medios de comunicación públicos… son sólo algunos ejemplos de lo que están haciendo.

Pese a este desigual pacto, la derecha nos está criminalizando a todos. Los movimientos sociales críticos son terroristas, los maestros adoctrinan a sus alumnos, los médicos trabajan poco, los sindicatos deberían desaparecer…

Pese a este desigual pacto, han decidido aniquilar todo en lo que creemos.

Ante esta situación, sólo debería haber una respuesta. Ha llegado el momento de romper la baraja y decir que se acabó el juego. El partido que lo haga tendrá mi voto en las próximas elecciones. No quiero más medias tintas, no quiero programas ‘buenistas’ ni pactistas. Quiero un proyecto sin complejos que, entre otras muchas cosas, rompa algunos tabús:

-       Apuesta real por lo público. El dinero de todos sólo debe destinarse a sufragar servicios públicos.
o   Eliminación de la educación concertada
o   Suspensión definitiva de los convenios con la sanidad privada
o   Ni un euro para instituciones u organizaciones religiosas (sean de la religión que sea)

-       Derechos y libertades sin ‘peros’
o   Aborto libre y gratuito, sin excusas ni vergonzosos supuestos
o   Ley de la Memoria Histórica real. Reparación de las víctimas del franquismo. Eliminación de las calles y monumentos dedicadas a militares, políticos y sacerdotes vinculados con la dictadura.
o   Derogación de la Monarquía y proclamación de la República

-       Política económica pensando en la gente y no en los mercados
o   Impuestos elevados, progresivos y solidarios
o   Lucha contra la corrupción y el fraude fiscal
o   Nacionalización, si es necesario, de empresas y bancos que basan su negocio en la especulación y no en la generación de riqueza
o   Derogación de la reforma laboral y reparación de todos los derechos de los trabajadores
o   Autonomía respecto a la Unión Europea o, si no fuera posible, salida del Euro y construcción de un nuevo modelo económico basado en la autonomía financiera.

Y, que no nos engañen más, no se trata de planteamientos radicales. Los radicales y los intolerantes son ellos porque: yo no quiero obligar a nadie a casarse si no lo desea; ellos tratan de impedir que determinadas parejas puedan hacerlo. Yo no obligaría a nadie a abortar, ellos quieren forzar a las mujeres a tener hijos que no desean. Yo no quiero impedir a nadie que rece cuando le apetezca, ellos quieren obligar a los niños a hacerlo. Yo no quiero impedir que alguien vaya a una clínica/escuela privada si puede y quiere pagarlo; ellos buscan la desaparición de los hospitales y los colegios públicos.

No. No me he convertido en un radical de la noche a la mañana. Simplemente me he cansado de darle las gracias a los ladrones por devolverme parte de lo que me robaron. Simplemente, me he cansado de darle las gracias a los verdugos por dejarme vivir. 

martes, 12 de marzo de 2013

Nadie escribirá sobre ti porque no has muerto


Una gran periodista acaba de tirar la toalla. Otra más. Después de 23 años trabajando en la misma cadena de televisión, ha decidido que no quiere seguir adelante. No puede más. Una maldita enfermedad le ha servido de excusa para detenerse, pedir la cuenta y prometer a sus amigos que se dedicará a otra cosa a partir de ahora. Quienes la conocemos bien, creemos que su abandono obedece a otras razones: hastío, falta de reconocimiento, mediocridad y servilismo en unos jefes que piensan más en no molestar  y en ahorrar, que en contar noticias y buscar la verdad.

Ella era una periodista de otra época. Se formó en una televisión privada que nacía. Como todos los que allí estábamos, aprendió a base de errores y, también, gracias a veteranos periodistas que creían profundamente en esta profesión. Su bilingüismo le sirvió para despuntar pero (¡cuidado!) ‘de aquella manera’. Una de sus primeras y más relevantes misiones consistió en dejar su mesa de redacción para realizar la traducción simultánea de las históricas emisiones que hacía la CNN durante la primera guerra del Golfo.

En el estudio, mientras la cadena pirateaba la emisión de la CNN, Ella traducía las conexiones de Peter Arnett desde Bagdad. Los pocos ratos libres que le dejaba aquella ingrata tarea, los dedicaba a seguir traduciendo ideas, noticias y mensajes que se le escapaban a una redacción bisoña pero ansiosa de aprender y mejorar día a día.

Su esfuerzo y su talento le permitieron dar el salto para pisar el mismo terreno de aquellos corresponsales de guerra a los que comenzó traduciendo. Se adentró en Bosnia durante los años más duros del conflicto que liquidó la antigua Yugoslavia. Se jugó la vida con gusto en tierras ruandesas para denunciar uno de los peores genocidios del pasado siglo. Viajó por medio mundo narrando el sufrimiento de los que no cuentan y trató de trasmitir a sus superiores la necesidad de dedicar unos segundos más del informativo, a temas que parecían quedar muy lejos de los gustos de los telespectadores.

En unos años se ganó el respeto y la admiración de quienes han pasado media vida arrastrándose de guerra en guerra. Ramón Lobo, Ricardo Ortega, Miguel Gil, Julio Fuentes, Fran Sevilla…

“La guerra de Kosovo no interesa a nuestra audiencia” tuvo que escuchar más de una vez desde el auricular de su teléfono satélite instalado en el Grand Hotel de Pristina. No se rendía, Ella peleaba con los editores y directores de su cadena porque creía que debía hacerlo. Frente a los datos de audiencia, frente al maldito ‘share’, ella esgrimía los rostros, las historias, la tragedia cotidiana de miles y miles de personas. “Hay que contarle al mundo lo que aquí está pasando, hoy los serbios han masacrado un pequeño pueblo y yo he estado con los supervivientes” decía. “Eso pasa todos los días y ya no interesa” tenía que escuchar…

Era la doble guerra del corresponsal. La que pasa por delante de sus ojos cada día y la que después tiene que librar con los jefes que deciden desde su cómodo púlpito de Madrid si una noticia interesa o no a la gente. 

Era duro, pero eran los buenos tiempos. Una treta de última hora siempre, o casi siempre, hacía que contara con unos minutos para narrar aquello que estaba viendo. Hoy parece un sueño pero era así: los medios de comunicación mandaban a sus periodistas a los conflictos para contar con información de primera mano.

Muchos de aquellos editores y directores mediocres siguen hoy en sus puestos. Ella dejó el campo de batalla y trató de seguir aportando su experiencia y su criterio desde la redacción. Cada día se le hacían más duras las reuniones en que se decidía el guión del informativo. “¡Palestina no interesa chica!” le decían con desprecio quienes habían sido jefes con Luis Herrero, con Campo Vidal, con José Oneto, con Buruaga, con Lomana… Los ‘corchos’ (buena definición para quienes han hecho su carrera a base de pelotear a sus superiores y flotar en cualquier situación) la ninguneaban, a la vez que le pedían que hiciera un vídeo sobre las imágenes que envió Reuters en las que se veía a unos perritos ucranianos fumar tabaco de pipa.

Corina se ha ido. No ha dado un portazo sino que se ha ido cerrando la puerta educadamente. Ella es así. Jamás nadie oyó de su boca un reproche hacia sus jefes por mucho que la ningunearan y por mucho que  no le llegaran periodística y humanamente a la suela del zapato.

Espero que me perdone por dar su nombre sin haberle pedido permiso. Espero que me perdone por escribir sobre ella sin habérselo consultado. Pero creo que era justo escribir la historia de una  periodista de primera, una corresponsal de guerra sobre la que todos (‘corchos’ y directivos incluidos) habrían escrito maravillas si hubiera muerto en el campo de batalla.